Siempre que voy al mar a fotografiar, me doy cuenta de lo afortunado que soy de haber nacido junto a él y de tenerlo tan cerca. Desde pequeño, he sentido una gran atracción por el mar y me resulta casi imposible no visitarlo con frecuencia. Necesito verlo, sentirlo, saber que sigue ahí, acariciando las rocas a las que suelo ir, dando forma al paisaje que tanto admiro y tanto echo de menos cuando cuando estoy lejos... Y su luz, la luz mediterránea reflejándose en él, dándole a sus texturas esas tonalidades tan bellas que a veces regala a mis sentidos...
Quizás por esa razón el mar es, para mí, una fuente inagotable de inspiración. Unas veces se muestra dócil, sedoso y me desvela sus más escondidos secretos. Otras veces, me enseña su verdadera naturaleza, su fuerza, su poder...
Aquella tarde veníamos de pasar todo el día en la montaña. Íbamos de vuelta a casa cuando, de repente, sentí el impulso de desviarme de nuestro trayecto y conducir el coche hacia unas rocas que tenía localizadas junto al mar. Era tarde y las últimas luces ya se adivinaban en el horizonte, por lo que no tenía mucho tiempo. Nada más bajar del coche, su aroma y el sonido estremecedor de las olas golpeando las rocas fueron su bienvenida.
Tal y como había imaginado, las últimas luces empezaron a teñir lentamente el cielo de hermosos tonos cálidos. Busqué una composición atractiva e intenté capturar la fuerza del agua junto a los reflejos cálidos del atardecer. Una velocidad de obturación lenta y la ola adecuada hicieron el resto. Fueron apenas unos minutos, unas pocas fotos. Una vez más, el mar me regalaba su hermoso espectáculo...
Saludos!
Saludos!
Cuanto me alegra que nacieses junto al mar, para poder disfrutar de tus imágenes y filosofía de este noble elemento. Abrazos.
ResponderEliminarPreciosa imagen, parece un cuadro de exquisitos colores que me aportan mucha calma. Debe ser porque yo también soy de un pueblo costero y cuando me "ahogo" es cuando paso mucho tiempo sin ver el mar.
ResponderEliminarSaludos ;)