De pequeños, aprendemos a leer para poder descifrar lo que los libros nos dicen. Aprendemos el lenguaje que nos ayudará a seguir entendiendo algunas de las claves de nuestras vidas. Sin embargo, nadie nos enseña a leer los mensajes de la vida, a descifrar el misterio de nuestra existencia. Con la fotografía ocurre lo mismo, nos enseñan a medir la luz, a componer la imagen, a disparar…, sin embargo nadie nos enseña a descifrar el porqué de aquella imagen.
Muchas veces, durante alguna de mis salidas fotográficas, me pregunto por qué he detenido aquel instante y no otro. Y por mucho que pienso no logro descifrar el porqué de ese gesto casi impulsivo que me ha llevado a materializar un momento que luego se desvanece y que sólo mi retina y mi memoria son capaces de recordar. Y es así el juego de la fotografía, una continua búsqueda de respuestas sobre lo que hacemos, sobre lo que vemos, sobre lo que intentamos encontrar en cada una de las imágenes que realizamos. De hecho, detrás de cada imagen hay mucho más que unos colores, unas formas o una composición. Siempre hay algo que ha sido lo que te ha impulsado a apretar el disparador, a detener esa insoportable fugacidad del tiempo. Pero muchas veces no somos capaces de descifrar el verdadero motivo que nos ha llevado a esa imagen. Es entonces cuando nos damos cuenta de que nos quedan muchas preguntas sin respuesta, muchos interrogantes que esperamos resolver algún día, quizás cuando nuestra visión fotográfica haya evolucionado y haya madurado lo suficiente como para entender nuestro propio lenguaje fotográfico. Quizás esa madurez fotográfica sea la que nos explique muchas de esas cosas que no hemos logrado entender durante toda nuestra trayectoria como fotógrafos y con esa idea, anhelamos llegar a la verdad más profunda de nuestro subconsciente.