Contrariamente a lo que sucedía con la fotografía analógica, los equipos digitales nos permiten corregir la exposición en el momento, por lo que nos dedicamos a hacer muchísimas tomas con ligeras variaciones con la idea de que ya elegiremos las “buenas” en el ordenador. Eso quizás sea un error, pues en la mayoría de las veces no disponemos del tiempo ni la motivación para ir revisando el enorme archivo que se va generando, de ahí que lo más rentable sea no disparar tan impulsivamente, aunque reconozco que es difícil evitarlo.
Supongo que parte del problema está en que a veces damos más importancia al hecho de conseguir imágenes que a la experiencia vital y a nuestro desarrollo fotográfico. Es como si primara el hecho de conseguir la imagen que nos hemos propuesto y no nos importara el cómo.
Otro problema con el que solemos encontramos es que las condiciones de luz son muy variables y todo, en la naturaleza, está en constante cambio. Eso hace que, en ocasiones, fotografiemos con una gran presión mental y que no trabajemos de forma relajada, intentando pensar cada imagen, reflexionar acerca de lo que fotografiamos y porqué.
Por todo esto, pienso que si lo que pretendemos es desarrollar nuestra visión y conseguir un estilo fotográfico propio, lo ideal es hacer menos imágenes pero más trabajadas que conseguir llenar nuestras tarjetas de imágenes compulsivas. Supongo que no es fácil conseguirlo, pero con un poco de entrenamiento podríamos lograrlo. El secreto es intentar ser conscientes de lo que hacemos y saber valorar si es lo que buscamos o no.
Suerte!