26 noviembre 2009

A contracorriente...




Aquella tarde, después de varios días sin parar de llover, me acerqué al parque natural de la Marjal Pego-Oliva. Tenía pensado ir a una localización que tenía controlada para hacer las últimas luces, pero al llegar allí me encontré con que las abundantes lluvias de finales de septiembre habían inundado por completo la marjal y todos sus accesos. La única alternativa era intentar aparcar en cualquier sitio y hacer algo por allí cerca.

Después de parar a mirar en un par de sitios, aparqué en la entrada de un camino junto a la carretera. El cielo estaba muy limpio después de las lluvias del día anterior, por lo que quizás las luces del atardecer podían depararme alguna sorpresa.

Efectivamente, a medida que la tarde iba tocando a su fin, las luces empezaron a ponerse interesantes. La ausencia de nubes hizo que enseguida descartara fotografiar las luces por donde iba a ponerse el sol, pues carecía de interés. Así pues, mi única esperanza era que las luces del atardecer se reflejaran justo detrás de mí y adornaran aquellos reflejos tan bonitos que había visto.

Crucé la carretera. A unos pocos metros, encontré un pequeño rellano donde podía colocar el trípode cómodamente y desde donde controlaba toda la escena. Mientras montaba el angular en la cámara, me giré hacia el lugar donde había aparcado mi coche y ví como varios coches habían parado allí. De repente, aparecieron varios improvisados fotógrafos que pusieron a fotografiar el atardecer. Parece que al verme allí con la cámara y el trípode y pensaron que allí había algo interesante.

Lo divertido fue que, mientras fotografiaban sus respectivos atardeceres, ví cómo me miraban de reojo como preguntándose qué puñetas estaba fotografiando yo al otro lado de la carretera, mirando hacia el lado contrario. Con sus risas parecían insinuarme que el espectáculo estaba delante de ellos y no donde yo había plantado mi trípode.

Evidentemente, no se habían percatado de que el verdadero espectáculo estaba a punto de empezar justo hacia donde apuntaba mi cámara pues, instantes después de esconderse el sol, la luz reflejada del atardecer empezó a teñir de bellas tonalidades aquel magnífico escenario, regalando a mis sentidos unos instantes únicos e inolvidables...

Y es que, a veces, me gusta ir a contracorriente, mirar hacia donde los demás no miran...

Buen fin de semana!


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