Ausencia de color, danza de texturas, formas y volúmenes... Hay instantes en la naturaleza que nacen en blanco y negro. Imágenes que, nada más reconocerlas, sabemos que sólo pueden llegar a transmitir su fuerza mediante la total ausencia del color.
Ver en blanco y negro es mirar el mundo de otra manera. Es mirar a tu alrededor ignorando los colores y tratar de ir descubriendo todas esas formas, líneas, texturas y sombras que tienen fuerza por sí mismas.
Sin embargo, no es fácil ver en blanco y negro. Nuestro sistema de visión hace que sólo podamos ver en color, de ahí que muchas veces nos resulte tan difícil visualizar o imaginar una escena en blanco y negro.
Por esa razón, es por lo que normalmente sólo pensamos en el blanco y negro cuando tenemos una imagen en color que no nos acaba de convencer. El blanco y negro suele ser, en esas situaciones, un recurso para transformar nuestra imagen en una imagen más atractiva e interesante.
Sin embargo, a mí siempre me ha gustado tomar esa decisión in situ, es decir, observar una escena y darme cuenta en ese mismo instante de que la imagen que tengo delante será en blanco y negro. Se trata de ir desarrollando nuestra capacidad de visualizar en blanco y negro y saber ver qué tonalidades nos darán los colores que observamos y si la escena tendrá suficiente fuerza para ser concebida en blanco y negro.
La imagen que os muestro la ví en blanco y negro desde el mismo momento en que la hice. Cuando encontré el riachuelo y estudié los elementos de la escena, ví que la imagen en color no me transmitía nada pues los colores eran pobres y sólo conseguían distraer la atención de lo que realmente me interesaba mostrar. Pensé que la escena tenía fuerza suficiente y que, si obviaba el color, las texturas de las rocas contrastarían con la suavidad del agua en movimiento y todo el conjunto tendría una rica gama tonal.
Buenas imágenes!
Puffff estas que te sales.
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