Las imágenes laten
dentro de nosotros. Aunque no logremos oír sus latidos, siempre lo hacen.
Hay veces que esos
latidos son tan suaves y rítmicos, que apenas logramos sentirlos y no somos
capaces de “ver” imágenes.
Pero hay veces que,
de forma inesperada, ocurre algo. Y es entonces, cuando esa imagen empieza a
producirnos pequeñas arritmias y vamos notando, de forma más nítida, cómo la
intensidad y frecuencia de sus latidos va aumentando.
Algo está sucediendo,
algo nos está alterando. De repente, un latido muy intenso. Un enorme pinchazo en alguna parte de nuestro pecho. Por
momentos, sentimos cómo esa imagen se desboca dentro de nosotros, cómo el ritmo
de esos latidos empieza a acelerarse violentamente y nos aboca al infarto
visual. En ese momento, es cuando sentimos ese extraño impulso que obliga a nuestro cerebro a dar la orden para que presionemos el obturador... Ya está. Hemos detenido esa
imagen, aquel instante que palpitaba en nosotros. Cerramos los ojos unos
segundos, respiramos profundamente. Los latidos van recuperando su ritmo
normal. Todo ha pasado.
Cada fotografía nos
revela el cardiograma de nuestros latidos, nos habla de sus ritmos, de cómo la
fuerza de algunas imágenes les afecta y precipita el extraño acto de
fotografiar.
A veces me pregunto
qué tiene la fotografía, cómo aparece esa pulsión que nos hace accionar la
cámara. Por suerte, todavía no he hallado la respuesta. Quizás por eso sigo buscando
atentamente en cada latido.
Abrazos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario