18 febrero 2013

Perder el miedo...





Hace tantos años que paso por estas rocas que, casi sin darme cuenta, se ha convertido en un pequeño ritual el detenerme y observarlas durante unos instantes. Muy pocas veces me he ido de allí sin fotografiar alguna de sus texturas o formas, quizás sólo cuando la luz no era la adecuada o cuando el temporal  las cubría casi por completo. Pero esta vez las veía diferentes y permanecí más tiempo del habitual observándolas para intentar discernir qué era aquello que había cambiado...


Mientras las observaba, pensaba en cómo el mar había labrado aquellas grietas a base de pasar por ellas durante cientos de años y cómo cada ola seguía su recorrido casi sin salirse. En ese instante, recordé algo que había leído hacía poco acerca del funcionamiento de nuestro cerebro. 

Según Alvaro Pascual-Leone, prestigioso neurocientífico valenciano, nuestro cerebro se asemeja a una montaña nevada en la que la pendiente de sus laderas, la consistencia de la nieve, etc., serían los genes con los que nacemos. Si cogemos un trineo y empezamos a bajar esta montaña, la primera vez seguiremos el camino más fácil en función de las características de la colina y de cómo conducimos. Si nos pasamos la tarde entera bajando en trineo crearemos varios senderos y nos gustará mucho usarlos; estarán muy marcados por las huellas del trineo y cada vez nos costará más salirnos de esos caminos para crear senderos nuevos. Ése es nuestro cerebro. A fuerza de repetir las cosas más o menos igual, las hacemos de forma automática. Eso nos puede llevar a adoptar hábitos buenos y hábitos malos.

Una vez que creamos hábitos malos, es difícil salirnos de ellos porque son caminos veloces y bien trillados por los que el trineo se desliza solo. Si queremos cambiar esos caminos tendremos que bloquear el impulso de seguirlos para poder, deliberadamente, abrir nuevos senderos. Esto implica que la característica que ahora conocemos del cerebro -su plasticidad, su capacidad para cambiar físicamente y para renovarse- tiene un lado bueno y otro malo. El malo es que nos cuesta desaprender los comportamientos una vez que los hemos consolidado. El bueno es que podemos cambiar si aprendemos a deshacer caminos*.

Gracias a esa gran plasticidad de nuestro cerebro, podemos aprender a trabajarlo para intentar "salirnos" de los caminos que hemos ido creando y, por tanto, intentar ser más creativos. Al igual que hace el temporal del mar, tan sólo se me ocurre una forma de salir de esas sendas tan trilladas: perder el miedo, atrevernos a explorar territorios desconocidos, experimentar...

Aquella tarde, descubrí que aquellas rocas no habían cambiado, que sus texturas eran las mismas, que sus formas apenas diferían de la última vez que las había visto, en realidad lo que había cambiado era la percepción que tenía de ellas. Quizás por esa razón, aquella tarde me pidieron a gritos que obviara su color y las fotografiara en blanco y negro ya desde la cámara...


*Extraído de "Una mochila para el Universo" de Elsa Punset (editorial Destino, 2012).
  
  

06 febrero 2013

Reencuentros...




Hay momentos en los que tu camino se pierde entre la niebla. Es momento de detenerse y recapacitar, de intentar discernir hacia donde han de dirigirse tus pasos y reencontrarte contigo mismo...

Saludos!